20.10.12

MEMORIA, IDENTIDAD O MERCADERES

Por Manuel Orestes Nieto

Poco a poco, una aparatosa mentalidad mercantilista se ha ido instalando en el corazón mismo del esfuerzo histórico de construcción de la nación panameña. Es tal la brusquedad por imponerle a la sociedad su pragmático modo de pensar y su modelo de actuar, que impacta directa y negativamente a lo que ha sido la forja de nuestra identidad. Valores asentados y entrañables para el panameño, hoy vuelan por el aire y nos invaden con una abrumadora avalancha de atroces mensajes mediáticos o chabacanerías propias del tejido enmarañado del oficialismo.

Tal como señalara recientemente el escritor Pedro Rivera, esto parece “un plan articulado”, una forma de despojo de nuestro ser como país. Lo perverso está en el hecho de que en “el país de los locos” esa conducta les parece natural y es hasta un escudo político. Por ello, repito: es una manipulación deliberada –producida por el marcado interés de tener la hegemonía de la cúspide social, de ser los dueños del país, para hacer y deshacer, aún a costa de envilecer y denigrar al pueblo llano, en tiempo real, en vivo y a todo color. “Trasgredir con impunidad” es un lema de acción del régimen; pasar la página, violentar las reglas, normas, leyes y rasgar la institucionalidad democrática, se ha vuelto un método frenético, un instrumento de un poder que aspira prolongarse a toda costa y sin resistencia.

De un tiempo a esta parte, presenciamos que se ha intensificado una tendencia que tiende al menosprecio por la colectividad. Una continua ráfagas de hechos, aparentemente aislados, casi siempre inexplicados y consumados, se vienen sumando uno a uno, en todos los ámbitos, incluyendo a lo que concierne a nuestra historia, identidad y cultura.

No se trata solamente de no comprender, por ejemplo, en su trascendencia más profunda lo que es un libro de enseñanza o de creación literaria; lo que aporta un escritor panameño con sus obras realizadas en condiciones nada fáciles y poco estimulantes; lo que implica preservar un sitio histórico como patrimonio del país; lo que es un archivo documental resguardado de todo daño -como deben ser los Archivos Nacionales- para el conocimiento de fuentes primarias de información, testimonios veraces de acontecimientos y para que los ciudadanos se reconozcan al revelarse ante sus ojos imágenes, fotografías, documentos originales, incunables publicaciones de una época determinada; o la importancia enorme que tiene la enseñanza cívica en el aula de clases; o la trascendencia que tiene saber quienes somos y de dónde venimos; apreciar nuestras raíces formativas, saber y sacar lecciones de las heroicidades y atrocidades ocurridas, del daño causado; ponderar la resistencia y la lucha por ser nación que implicó para los panameños vivir subordinados a dos inmensos imperios (España y los Estados Unidos) y adheridos a una metrópoli (Bogotá) que en los totales nos minusvaloraba, totalizando ese arco de tiempo unos quinientos años donde no tuvimos libertad, ni autodeterminación ni soberanía.

Lo que ocurre ahora es que intereses demasiados crematísticos y voraces están torciendo el alma nacional. Con el “cambio” lo que se ha abierto es un ciclo de desintegración y no de convergencias, se ha cerrado el diálogo social y la autocracia está en expansión. Un arsenal demagógico se cierne sobre el país que aún no ha resuelto gravísimos problemas de inequidad, de educación, de salud y sobre todo de la pobreza; la riqueza se concentra frenéticamente y la miseria está allí abajo, bajo la presión de sobrevivir y con mucho desaliento, en ciudades, campos y serranías. Los mercaderes hacen fiestas en sus palacios dorados y son insaciables sus glotonerías. Es un mundo, en definitiva, esencialmente antinacional porque se ataca a la nación; es insolidario, drástico y sólo ve lo que le interesa ver, sus intereses.

Razón tiene Juan David Morgan cuando recientemente afirmó en una conferencia en la OEA, en Washington, que “la poca importancia que Panamá otorga a los temas culturales es uno de los vacíos de nuestra identidad nacional.” El crecimiento económico, sin contar con una robusta cultura y un elemental respeto por nuestras herencias ancestrales, no será suficiente para alcanzar el desarrollo. Podremos llenarnos la boca hasta la saciedad de que nos dirigimos al primer mundo; pero incultos, sin memoria histórica y con la identidad maltratada, nunca llegaremos.

Por eso, no puede quedarse como una noticia fugaz, como tantas otras, el hecho de que, por ejemplo, en la Universidad de Panamá esté la enseñanza de la historia en el borde del abismo; que sea un riesgo real y muy probable, el cierre de las cátedras humanísticas y que justamente enseñan la historia, la memoria de la nación que debemos cuidar.

Asimismo, es muy grave que se nos informe de golpe y sin aviso que se elimina de un plumazo la materia de las Relaciones entre Panamá y los Estados Unidos y que su contenido quedará sumergido en una extraña estructura curricular que se impone a sangre y fuego. Es discutible que la vía de la eliminación sea la ruta certera para enseñar a la niñez y a la juventud panameña lo que es su país. Ese debate ya no se dio, pero que conste: no hay manera de justificar este borrón de siglo y medio de presencia norteamericana en Panamá, con todas sus relaciones complejas y contradictorias, incluyendo la traumática invasión a Panamá de diciembre de 1989.

Ha sido esa relación una de las gravitaciones más densas de la historia de Panamá. ¿Por qué precisamente ahora extirpar su conocimiento? ¿O es que tenemos miedo al fantasma de recorrer los años en que fuimos colonia y colonizados directos? Esa historia tiene que contarse como fue y también destacar las huellas y los hechos admirables de la lucha tenaz por lograr la independencia real, reconquistar el Canal panameño, integrar el territorio patrio, con altos precios que ya pagaron, sufrieron y padecieron las generaciones de todo el siglo XX, y que no se pueden ocultar ni desconocer ni maquillar.

¿Cómo ha sido concebible esa solapada especie de depuración de la lista de lecturas complementarias de autores panameños en el Ministerio de Educación? Esas obras literarias y sus contenidos son parte de la vida misma que nos ha tocado vivir en este istmo y son útiles para alimentar la autoestima de la juventud y acrecentar el orgullo y el afecto por quienes les precedieron. Para eso sirve la literatura no para ser excluida de su encuentro con el lector estudiantil y de su función básica social. Este hecho es tanto como cercenar una parte importante y vital de la nacionalidad misma.

Es tremendo, pero acciones como éstas indican que la educación seguirá empantanada, que no se resolvió el “imperdonable” del CD de lograr un nuevo sistema educativo y que quedará como un asunto pendiente de este gobierno. Si el próximo, sea quien sea, fracasa, pues, vayamos sabiendo todos que se deshuesó esta república. De modo que me parece legítimo afirmar que ya quedaron muy atrás los vanos intentos de reformar y emparchar un sistema que tiene que ser remplazado. La educación tiene que ser la prioridad uno y habrá que revolucionar la educación o, de lo contrario, sucumbiremos.

Es difícilmente concebible que sea una casualidad o un azar de medidas sueltas e inconexas. Por ello, tengo que preguntarme qué es lo que impulsaba realmente la velocísima aprobación de la Ley de Propiedad Intelectual y Derecho de Autor. ¿Si importaba más la protección autoral, los derechos intelectuales o fue un aceleramiento para cumplir los plazos letales para la puesta en marcha del Tratado de Libre Comercio? ¿Cuántas horas de debate real y participativo hubo en la Asamblea para aprobarla? Esa Ley nació con problemas y vivirá con problemas.

Hay otro asunto complicado y grave: el que da vueltas alrededor de la construcción de la Cinta Costera III y las implicaciones que ello tiene para el Casco Antiguo, como complejo monumental histórico y patrimonio mundial. Se han dicho incoherencias de variados tipos, se ha actuado con insinceridad y creo que no se han medido en dar versiones inciertas en todo el proceso de imponer este proyecto, así como planteamientos contradictorios y confusos de las misiones que han asistido a la UNESCO. El caso es que la Cinta III ya está en marcha y todo lo demás es un cuento. Esa vía de seis carriles va porque va; porque se dirige no a resolver la vialidad hacia y desde el interior nada más; sino sobre todo porque es una “mega obra”, como dicen ahora, cuya virtud es estar allí de todos modos y porque también será la ideal conexión estratégica hacia la Calzada de Amador (hacia “Amador: Ciudad Marina”). Más claramente: hacia ese privilegiado lugar en la entrada del Canal de Panamá que, en un futuro próximo, si pueden y si ganasen en el 2014, concretarían entonces un impresionante desarrollo inmobiliario, especulativo, comercial y de negocios. Para eso se necesita una estupenda autopista de entrada y salida. Y si la paga el Estado mucho mejor. Eso me recuerda, además, que la ANATI tendría que modificar su ley para autorizar nuevos rellenos y de paso, zonas de playas e insulares, en todo el país y que es conocida la existencia del anteproyecto de ley sobre estas materias.

Si allí surge una ciudad entera para la venta de bienes raíces en manos privadas -la del video animado para vender un proyecto faraónico que circuló ampliamente y que ante los señalamientos que se hicieron se dijo que era sólo un “sueño de Boli Bárcenas- la pregunta es: ¿quiénes serían los dueños de ese oportuno y jugoso “desarrollo urbano.”? ¿Quienes se beneficiarían? ¿Los chorrilleros? Así que dañar el Casco Antiguo es ya lo de menos a estas alturas e intereses actuando en las entrañas del poder. El MOP y el Ministro Suarez siempre tuvieron inalterable su objetivo: la Cinta Costera III va, no puede no ir. Y aún nos siguen sorprendiendo con el anuncio de que se incrementa el precio porque se les olvidó cuantificar el costo del “Maracaná del Chorrillo.” Lo determinante siempre ha sido la conexión –sobre el agua, no por un túnel- y, en su debido momento, rellenar y rellenar desde la Avenida de los Poetas hasta el fin del Coseway ampliado, para concretar este exclusivo, carísimo y multibillonario proyecto. Visto así, que la historia reviente y que el Casco Antiguo deje de ser parte del patrimonio mundial no tiene la menor importancia ni ningún valor; esto es negocio y de los grandes.

Y como pesadillas que no terminan, dentro del perímetro del Casco Antiguo, siguen haciendo y deshaciendo como el caso de la expropiación del edificio abandonado de la Librería Preciado. Precisamente allí es el lugar, la Plaza donde ocurrieron los hechos históricos de noviembre de 1903. La Corte Suprema declaró como legal dicha expropiación. El gobierno anuló de inmediato esta expropiación y le devolvió el inmueble a su dueño a través de un Decreto Ejecutivo. ¿Cómo explicar esta fría decisión y por qué? ¿Qué favor hacen si la Corte se pronunció? ¿Cuánto vale ese inmueble? Alma Montenegro de Fletcher valoró este hecho como un agravamiento del principio de la seguridad jurídica, porque se lleva de banda un pronunciamiento de la instancia máxima y definitiva del Órgano Judicial.

Sí, convergen situaciones que nos sacuden. Como las que ya pasaron el año pasado, con la antigua Embajada de Estados Unidos. Sólo la resistencia sensata y la protesta de algunos panameños y panameñas hizo que la “Tuza” no estuviera allí. Costó en verdad mucho que se entendiera la atrocidad que se iba a cometer. Pero la realidad es que un edificio de tanta resonancia para la historia lo demolieron y bien rápido. ¿Por qué no pudo ser el Museo de Historia de este país, tal como se sugirió? Hasta hoy nos hemos dado el lujo de no tener un museo de la historia de Panamá con la dignidad, docencia e infraestructura apropiada para que miles de estudiantes lo visiten durante todo el año. Hay que ir a ver como está el seudomuseo de nuestra historia, apretujado en un espacio reducido, con una museología antiquísima y a penas existente. ¿No es para avergonzarnos? Por supuesto que es una vergüenza y una indolencia. Demasiada indolencia con esa esencia que se llama la patria.

Es muy fácil declarar que hay un agresivo plan en marcha de rescatar otros 22 museos a nivel nacional por parte del INAC. ¿De verdad, verdad? Bueno, espero que antes de que finalice el quinquenio de gobierno tengamos esa red de museos debidamente rescatada como debe ser. Hasta que no lo vea, no lo creo. De la misma manera que espero que los panameños tengamos acceso alguna vez a la valiosa colección del trasladado Museo Antropológico Reina Torres de Araúz y que dejen de estar en cajetas tantas piezas valiosas que sirven para educar, que tanto enseñan del ser panameño; es decir, que deje de ser un simulacro de espacio cultural cerrado en la práctica. La verdad es que entre anunciar un jardín del Edén de 54 millones como una ciudad de la cultura, preferiría que igual cantidad de dinero y más de eso, se invirtiera antes o simultáneamente en útiles y eficientes casas de cultura en todos los corregimientos del país. No, no estamos viviendo ninguna Edad de Oro en la cultura, como se afirmó.

Veamos otro asunto: Es también patético el manejo y los balbuceos en torno a las llamadas celebraciones de los 500 años del Descubrimiento del Mar del Sur. El sorprendente anuncio presidencial -precisamente en el acto donde se entregó el terreno de la embajada norteamericana para el hospital del Niño- sobre la construcción de la efigie de la Virgen Santa María La Antigua “más grande del mundo”, mas enorme que la Estatua de la Libertad de Nueva York y sin aclarar su misteriosa y ambigua ubicación, creo que nos dejó a muchos atónitos. Con idea atolondrada que se vendía como una genialidad, se estuvo en el borde la irreverencia religiosa más delicada. Recordemos además el asunto había que darle más grosor y eso fue el otro anuncio: que se iba a hacer otra Catedral gigantesca, para diez mil personas, una “mega-Catedral”. Todo en el marco de la hazaña de Vasco Núñez de Balboa, allá en el Darién. Convendría, en todo caso, reconstruir cabalmente la Catedral que tenemos a ser un país tan originalísimo y único que tiene sus dos Catedrales, ¿o no? Estos efectismos que tanto le gusta montar al gobierno, implantar sus “records” nunca vistos y que es como una obsesión, lo que es todo un slogan de lo que “no se hizo en cuarenta años”, sencillamente plasman lo que estoy señalando: una mentalidad extraviada en sus vanidades y que cree que no comete errores está irradiando mal. Así no vamos bien, así vamos muy mal. Nada de esto puede aplaudirse como genialidades inventadas sobre la marcha. Los países no se construyen así, y menos asumiendo que las población es ignorante.

Me resultó penoso por decir lo menos, que en ese momento de anuncios disparatados, evidentemente utilizado para zanjar el embarazoso asunto de la embajada gringa, la iglesia panameña haya quedado en una situación incómoda de tal calibre, que me costó creer que el Arzobispo de Panamá señalara que una estatua así era hasta positiva para atraer turistas. Felizmente, hemos visto que, poco a poco, hubo la suficiente lucidez clerical, una corrección del entuerto, precisando que se trata ahora de un proyecto “entre iglesia y empresa privada”.

Por otra parte, la intención parece ser que tengamos una memoria corta o mejor que no tengamos ninguna. Pero hay otra acción más terrible: perder la escala, la dimensión de lo real, como me resultó pasmosa la “valoración histórica” que hiciera Tito Afú, sobre las magnitudes presidenciales de Belisario Porras y Ricardo Martinelli. Como quien se bebe un vaso agua, en la inauguración de una carretera, según el diputado Afú, Martinelli es como quien dice, lo máximo, el mejor de todos los presidentes desde el Presidente Porras hasta acá. Otro fabuloso “record” más. Lo que queda del liberalismo habrá sentido un golpe en los riñones como mínimo. Es decir, que hasta la politiquería juega con la historia, con sus personajes y sus aportes permanentes a la nación. Lo malo es ver pasar estos exabruptos y reducirlos a un chiste. No, no es chiste, en mueca nos convertiremos si Afú es el que da cátedra en historia a los panameños. Es la anticultura erosionándonos; es ese “prototipo” sembrado deliberadamente de los “Chello” Galvez en la cabeza de un Organo del Estado, toda una barbarie entronizada donde se supone que se hacen las leyes de este país y que grita: “…fuera, a llorar al cementerio.” O del “Macho” Camacho y sus Gladiadores; y, en su momento el deprimente espectáculo municipal que dio en su momento Bosco y sus inauditas y “creativas” ideas que a todos nos pusieron en vilo en una ciudad a la deriva.

Son estas cosas que complotan contra la cultura nacional, contra la riqueza interior del alma del país, en este angosto istmo y su geografía humana que aquí habita, tal como ella es: multiétnica y pluricultural. La ilusión de una malentendida “modernidad” no puede avasallar nuestra identidad.

La cultura no es una cenicienta eterna del estado, como hemos repetido mil veces. Ello es solo una manera de hablar en forma muy superficial, para reducir el abandono cultural a la exclusiva falta de apoyo económico que no tiene el sector desde hace muchos años. Para describir un malestar y no resolverse las indiferencias e incomprensiones de gobiernos tras gobiernos (incluyendo a los gobiernos PRD, por si acaso, porque esto es parejo para todos y sin nadie eludir responsabilidades). El asunto es mucho más serio: sin cultura no hay país. Tengamos cuidado con dañarnos órganos vitales con decisiones y arbitrariedades como las descritas y muchas otras que son más oscuras y de más mala entraña.

La memoria histórica, la identidad no son asuntos secundarios de poetas saltimbanquis o intelectuales que hablan “babosadas”. No son tonterías de artistas y teatreros, que no entienden ni saben hacer fortuna, ni son empresarios exitosos. La cultura y su savia la hacen los pueblos con gracia, talento e ingenio, con sangre y fe, con dolor y con alegrías, es un bien común que no tiene precio porque es de por sí un valor incalculable. Lo que es verdad es que sí pueden dañarla, herirla, desalentarla y burlarse en definitiva. Lo que hoy es el clientelismo, “aquí mando yo”, “me importa un bledo”, nos puede arrastrar a una involución estructural como nación; a una desfiguración tal donde no nos reconoceríamos y el país que tanto luchó por su autonomía y manejo de su destino, termine como aquella isla Tortuga, la de los piratas y corsarios, la de los filibusteros y los ladrones en la nocturnidad de los puertos.

Aún confío en que esa desgracia no ocurrirá, por abismal que parezca. Una lectura histórica cuidadosa y objetiva indica que en el panameño, a pesar de nuestras debilidades, hay fundamentos ya enraizados y defensas nobles ante el avasallamiento. Por todo ello, la memoria y la identidad tienen que ser preservadas, a toda costa, para algo que resulta tan obvio, tan evidente: para que Panamá exista, para que Panamá viva.

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Manuel Orestes Nieto (Panamá, 1951). Ganador del Concurso Nacional de Literatura "Ricardo Miró" de poesía, en Panamá, en cinco ocasiones: 1972, 1983, 1996, 2002 y 2012, con sus libros "Reconstrucción de los Hechos", "Panamá en la Memoria de los Mares", "El Mar de los Sargazos", "Nadie llegará mañana" y "El deslumbrante mar que nos hizo".

Premio "Casa de las Américas" 1975 de poesía por su libro "Dar la cara". Premio "José Lezama Lima" 2010 de la Casa de las Américas por su libro "El cristal entre la luz". Por "Este lugar oscuro del planeta" recibió una Alta Mención Honorífica del Premio Centroamericano de Literatura "Rogelio Sinán" 1998-1999. Premio Nacional de Literatura "Pedro Correa", 2000, por el conjunto de su obra publicada. Ostenta la Medalla "Gabriela Mistral" otorgada en 1996 por el gobierno de Chile. Aparece en múltiples antología de poetas latinoamericanos y, especialmente, en la "Antología Cumbre Poética Iberoamericana" publicada en el 2005 en Salamanca, España,

Además de los libros premiados ya señalados, es autor de: "Poemas al hombre de la Calle", "Enemigo Común", "Diminuto país de gigantes crímenes", "Oratorio para Victoriano Lorenzo", "Poeta de Utilidad Pública", la antología "Rendición de Cuentas" que recoge veinte años de su producción poética, "El imperecedero fulgor", "El país iluminado" y "Ala grabada en blanco".