26.11.07

LOS DEVAS DETRÁS DE LA CONSTRUCCIÓN DEL PUENTE

Por Edilberto "Songo" González Trejos

Los Devas trabajaban de forma rítmica, traían a la manifestación aquellas visiones profundas de nuestras meditaciones.

Ésa era mi pensamiento el día jueves 22 de noviembre, cuando vi llegar al bello público que se dio cita en La Novena, luego aparecieron ante nuestros ojos,

Annabel Miguelena y Sofia Santim

Sí, ante nuestros ojos maravillados —y de ello pueden dar fe los poetas, artistas y escriores que estaban presentes— se revelaron a sí mismas como portadoras de una estética y visión ambiciosa, nunca complaciente, una nueva forma de ver el mundo, de decodificarlo, plena prueba del Nuevo Día que vivimos.

Annabel, con sus relatos de eternidad y meditación, íntimos y a la vez trascendentes, cósmicos. Sofia, con su identidad y voz propia, ser de fusión, tropical, mesiterránea. Ambas tan occidentales, tan de Siglo XXI, y a la vez tan orientales, reverentes, atemporales.

La meditación, el vegetarianismo, la idea de nuevos seres, devas, mundos creados, allende al miedo que reconocemos, hacia la luz que percibimos, se hicieron naturales con estas dos autoras, llevados de la mano del diálogo con José Luis Rodríguez Pittí, a la lumbre de la galería ideal, que es La Novena.

Como dijeron Ariel Barría Alvarado, Salvador Medina Barahona, David Róbinson, Alexander Zánches, Isolda De León, Gloria Melania Rodríguez y todos los allí presentes, hemos encontrado el germen de un discurso en escritoras que entre ambas no llegan al medio siglo, una búsqueda interna y rudimentos que hacen de ellas dos buenos exponentes de lo que buscamos los escritores en este Nuevo Día. Y no sólo los escritores, sino los artistas y gente sensible.

El Vino y la Desnudez del Alma me hizo ver el espíritu de Baudelaire rondando en La Novena... Asimismo Hesse y Eliade.

3.11.07

LUPITA QUIRÓS ATHANASIADIS Y LA NUEVA CUENTÍSTICA DE PANAMÁ

Por Enrique Jaramillo Levi

Palabras pronunciadas en el acto de presentación del libro "No se lo cuentes a nadie", de Lupita Quirós Athanasiadis, el 12 de octubre de 2007, en el salón de actos del edificio Ocean Park, en Punta Pacífica.

I

La nueva cuentística panameña —me refiero al conjunto de libros de cuentos que un gran número de autores publican, individualmente y por primera vez en Panamá, entre 1990 y 2007— no ha sido estudiada hasta el momento como lo merece tan interesante, y además sorprendentemente copiosa, producción literaria. Por supuesto, no todos los libros publicados en esos 17 años tienen iguales méritos. Pero no vacilo en afirmar que más del 80% son en verdad libros de muy buen nivel literario. Además, es importante señalar que mientras se escenifica este fenómeno —nunca antes en la historia literaria panameña habían escrito al mismo tiempo tantos buenos autores, incluidos los poetas y novelistas—, algunos distinguidos cuentistas, poetas y novelistas de generaciones anteriores continúan produciendo.

Se trata en realidad de escritores de muy diversas edades, experiencia escritural y tendencias estéticas, quienes se inician en el cuento como una forma de auscultar la realidad e internarse por los senderos de la imaginación con una voz propia y evidente talento. Hay que aclarar, sin embargo, que si bien en términos generales suele considerarse que no es hasta que un creador publica su primer libro cuando se le considera un escritor en propiedad, muchos empiezan a escribir años antes de publicar ese inicial fruto literario (colección de cuentos), o bien lo hacen tímidamente primero con algún texto en revistas o periódicos. Hablamos de una sorprendente gama amplísima de autores cuyas edades oscilan entre los 91 años (Eudoro Silvera , nacido en 1916, y Manuelita Alemán, quien firma “Madelag”, nacida en1920, son los de mayor edad) y los 23 (Annabel Miguelana, de 1984, además de Gloria Melania Rodríguez, de 1981, las más jóvenes con libro publicado).

Para sólo mencionar algunos nombres, de edades muy diversas entre sí, habría que comenzar por los 21 sobresalientes autores antologados por la Profesora Fulvia Morales de Castillo en su reciente libro de texto Cuento que te quiero cuento (9 Signos Grupo editorial, 2007): Annabel Miguelena, Roberto Pérez-Franco, Gloria Melania Rodríguez, Carlos Oriel Wynter Melo, Melanie Taylor, Eduardo Soto, Aida Judith González Castrellón, Ariel Barría Alvarado, Yolanda J. Hackshaw, José Luis Rodríguez Pittí, Lupita Quirós Athanasiadis, Héctor M. Collado, Érika Harris, Bolívar Aparicio, Marisín Reina, Leadimiro González, Isabel Herrera de Taylor, Francisco J. Berguido, Francys de Skogsberg, Rodolfo de Gracia y Luigi Lescure. En sus cuentos, todos estos creadores hacen gala de historias interesantes y de un oficio cultivado. Sus respectivos estilos, así como su visión de mundo, transmiten al lector conocimientos e imaginación mediante su innegable talento artístico.

Otros buenos cuentistas panameños —algunos realmente excelentes— que publican su primer libro entre 1990 y 2007, son: Consuelo Tomás, Allen Patiño, Félix Armando Quirós Tejeira, Rogelio Guerra Ávila, Rafael Alexis Álvarez, Beatriz Valdés, Pedro Luis Prados, Carlos E. Fong, Cáncer Ortega Santizo (q.e.p.d.), Jorge Thomas (seudónimo de Juan David Morgan), Ramón Fonseca Mora, Mauro Zúñiga Araúz, Marisín González, Isis Tejeira y Klenya Morales, entre otros. Unos sin duda más experimentados o más fecundos en su producción que otros. Todos dueños de una conciencia plena de su oficio y responsabilidad como escritores que dignifican con su obra las letras nacionales.

Y todavía hay más nuevos cuentistas de talento, en este caso egresados del Diplomado en Creación Literaria 2004, fructífera iniciativa que se imparte desde 2001 en la Universidad Tecnológica de Panamá, quienes aparecen en el libro colectivo Soñar despiertos (2006). Y aún otros cuentistas más, que también formaron parte de dicho Diplomado pero en su versión 2006, quienes se agrupan en un segundo volumen colectivo muy reciente: Letras cómplices (2007). Asimismo, acaban de publicarse libros de cuatro nuevos y muy prometedores cuentistas panameños: Lejanos parientes indecentes, de A. Morales Cruz; Pecados con tu nombre, de Luigi Lescure, Realidades y otras fantasías, de Victoria Jiménez Vélez y La búsqueda, el libro más reciente (aún sin presentar), de Alberto Cabredo. Este panorama reseña muy someramente la impresionante variedad de cuentistas aparecidos en los últimos años. Y es necesario resaltar que un número significativo de dichos autores son mujeres.


II

Si te contara… (2004) y ahora No se lo cuentes a nadie (2007), junto con la novela corta La viuda de la casa grande (2005), son los títulos de los tres libros publicados hasta el momento por Lupita Quirós Athanasiadis. La aparición de sus cuentos en las letras nacionales ha sido, junto con la de los de Isabel Herrera de Taylor, quien lleva publicadas dos colecciones de cuentos —La mujer en el jardín y otras impredecibles mujeres (2005) y Esta cotidiana vida (2007)—, de las más importantes adquisiciones de la bibliografía narrativa panameña en los últimos tres años. Egresadas ambas del Diplomado en Creación Literaria 2003 de la U.T.P., y llegadas a la Literatura a edad madura, su aporte al género cuento, cada quien a su manera, ha enriquecido considerablemente las opciones femeninas de auscultación de la realidad, mediante nuevas variantes temáticas y estilísticas que bien merecen ser estudiadas a fondo.

Sin embargo, esta noche celebramos la aparición de No se lo cuentes a nadie, la segunda colección de cuentos de Lupita Quirós Athanasiadis. Y en esta obra centraré mis principales reflexiones. Pero antes debo recordar que cuando apareció su primer libro, Si te contara…, dije emocionado lo siguiente: “Los cuentos que integran esta obra (…) gozan del difícil mérito de incursionar con acierto en temas muy diversos entre sí, mediante variadas técnicas de narrar, algunas de las cuales tienen un singular vuelo poético; todo lo cual hace de este libro un auténtico deleite para cualquier lector sensible y vivaz. Pocas son en verdad las obras que inician la carrera literaria de alguien con tan prometedores augurios.” Y es que ese primer libro está integrado por 30 cuentos en los que la experiencia y la imaginación intercambian lugares, impidiéndonos distinguirlos o separarlos en la escritura; en donde el ingenio y la picardía son el resultado de un singular control de quien narra con conocimiento de causa, pero incitando el interés del lector y reteniendo alguna sorpresa inédita hasta el final; para los cuales a veces es la intimidad la que abreva de su propia savia revelando sus temores y conflictos, y en otras ocasiones es una anécdota más externa, mirada más bien en perspectiva, la que va revelándonos sus evoluciones hasta despojarse de secreto En esos cuentos hay poesía y hay misterio; evocación y capacidad descriptiva, universalidad en el manejo acertado de espacios y tiempos que se borran… Para mi gusto, Si te contara… es, por estas y otras muchas razones, uno de los mejores libros de cuentos publicados en Panamá en años recientes. Hizo bien su autora en reeditarlo en 2007.


III

Y sale al mundo No se lo cuentes a nadie, colección de cuentos que esta noche nos convoca. En esta oportunidad, Lupita Quirós Athanasiadis concentra su talento narrativo en sólo 16 ficciones breves. Y no es casual el uso que hago del verbo “concentrar”, ni la alusión al “talento narrativo” de la autora. Porque también en este libro ella tiene muy clara la necesidad de síntesis que caracteriza al cuento; lo útil de la elipsis en determinadas situaciones como un recurso que permite no decirlo todo sino sólo lo esencial, y más bien sugerir verdades permitiendo que el lector infiera sus propias interpretaciones del material relatado.

En ambos procedimientos hay una especie de sabiduría literaria antigua, muy bien remozada, que otorga mayor calidad en la elaboración de los textos y un más refinado placer en el arte de leer. Y entonces resulta evidente que la autora, con la experiencia acumulada, no sólo ha ido nutriéndose de nuevas e interesantes historias que contar, sino que lo fue haciendo mientras afilaba sus armas. Es decir, sus maneras de narrar, de atraparnos, de no soltarnos más hasta que cada cuento llega a su final. Esto, independientemente de si se trata de una historia abierta o cerrada; de naturaleza reflexiva o más bien orientada a la acción; realista o fantasiosa. A lo largo del libro sobresale el hecho de que esta escritora definitivamente sabe cómo contar con deleite y eficacia lo que trae entre ceja y ceja, o entre pecho y espalda. O lo que es lo mismo: a flor de piel o encajado en las más hondas raíces del alma, que de ambas formas se concibe un buen cuento y se le da un adecuado desarrollo para entonces llevarlo a feliz término.

Los tres primeros cuentos —“La paciente tendida en el diván”, “En el Óscar de la Academia” y “Nanette”— tienen como elemento central la fuerza absorbente, incontaminada de realidad, de la imaginación. En ellos, las tres protagonistas, de diversas maneras, se dejan llevar por un mundo de recuerdos, elucubraciones y figuraciones que si bien causan evidente enajenación y desasosiego, ayudan a resolver con sus aspectos positivos, con el bálsamo de compensaciones emocionales y psicológicas requeridas, los abismos de soledad, las inseguridades, las emociones no correspondidas o incluso la agresividad ejercida por otros desde el exterior. Esa indispensable imaginación —“la loca de la casa”, como solía llamarla Santa Teresa— es un ingrediente poderoso que atraviesa todo el libro en cuestión, pero que en estos tres cuentos opera como palanca de cambios sin la cual el motor de sus personajes simplemente no podría funcionar.

En “La paciente tendida en el diván”, al final la imaginación se impone por completo, se toma la plaza de la vida cotidiana y termina de darle sentido a la realidad. Podemos darle una interpretación fantástica a la incursión mitológica y legendaria en el plano real, y así estaríamos dentro de una tradición literaria perfectamente establecida y respetable; o simplemente declarar que la protagonista, desde cuya óptica el narrador omnisciente percibe la realidad, cruzó finalmente el umbral sutil que separa cordura de demencia, para entrar a un mundo más idílico y compasivo. Las dos opciones son válidas.

En cambio, “En el Oscar de la Academia” es un relato en el que el mecanismo de compensación del histrionismo, de la actuación, propio del oficio de actriz cinematográfica de la protagonista, engarza perfectamente en la necesidad de autoengaño que produce un dolor permanente debido a la separación que existe entre madre e hija durante mucho tiempo, incluso en el momento de máxima gloria profesional de la madre, al serle otorgado el Óscar de la Academia de Ciencias y Artes Cinematográficas de Hollywood por la mejor actuación femenina en una película. Es un texto que nos obliga a preguntarnos hasta qué punto puede realmente autoinducirse la ilusión, el simulacro, la farsa llevada a extremos por el talento histriónico de quien en su trabajo lo vive a diario, frente al vacío feroz de la ausencia del ser querido y, por tanto, frente a la total incomunicación.

“Nanette” es el cuento del temor a envejecer, del enmascaramiento de la pérdida gradual de la juventud y las ilusiones que, a nivel mental y anímico, no obstante continúan manifestándose en la protagonista. Aquí el disfraz, la peluca, el maquillaje indiscriminado, buscan por un momento retornarla a una época idílica que no sólo el tiempo, sino las circunstancias tristes de su vida, le arrebataron. Y esa otra realidad, al interiorizarse más a fondo aún con el acicate de la apariencia, la melodía súbitamente activada en una vieja cajita de música, y la repentina audiencia de un público que atisba al descorrerse los cortinajes del vecindario, permite la prolongación de la perdida realidad de esa joven bailarina de la academia que alguna vez fue o quiso ser Nanette, mientras ésta, vestida para la ocasión y con un paraguas abierto a la fantasía, empieza a dar volteretas en la calle eliminando la tristeza, sesenta años después, en la escenificación de ese pasado recuperado, ajena totalmente al tiempo.

La suerte, manejada desde un plano extraterrenal en un juego de dados entre La Vida y La Muerte, da pie en “Cara o cruz” a una historia amena en la que un hombre diagnosticado de cáncer en su pueblo decide irse a vivir una vida libérrima a México, en donde va gastando sus ahorros sin la meticulosidad de su vida rutinaria de antes, pero con generosidad hacia el futuro de dos preciosas mellizas adolescentes con quienes comparte sexualidad y dinero. Un cuento en el que el deseo de vivir bien los últimos meses va de la mano con el acertado manejo del humor y la facilidad de narrar escenas difíciles, hasta desembocar en un desenlace poco previsible pero sin duda grato.

“El abuelo telegrafista” es un cuento en que, con ternura y afán genuino de recuperación de los hábitos y costumbres de otras épocas, se recrea al personaje de ese anciano desde la óptica de uno de sus nietos, unidos ambos por un hilo afectivo fuerte que tiene como pivote la complicidad y el cariño. La manera en que la autora va reconstruyendo la historia resulta sin duda entrañable, una parte desde los diálogos recordados por el nieto entre éste y el abuelo, y otra a manera de narración reconstruida de lo que sobre él decían varios colegas telegrafistas y el resto de la familia, misma que al final lo abandona en un asilo, aquejado de varias enfermedades terminales. Es importante en este relato el aprendizaje relativo a detalles específicos del oficio telegráfico que a temprana edad hace el narrador. Porque al final ocurre un episodio en el que a través de la clave Morse que el abuelo le había enseñado al nieto, éste descifra la clave que desde el más allá le brinda el abuelo, y que le dará acceso a su patrimonio.

“La cerca del alambre de púas” es un cuento realista, y sin embargo perneado por la nostalgia y el idealismo propio de no pocos de los cuentos de Lupita Quirós Athanasiadis. A través de la vieja técnica del flashback, el narrador omnisciente de esta historia rememora desde un viaje en tren la estancia en la cárcel de la protagonista a causa de involucrarse en un negocio de drogas inducida por su atractivo amante, su salida y unión a otro hombre que la desilusiona y su regreso voluntario al punto de origen en otras condiciones. Una secuencia muy bien llevada, un destino que se cierra sobre sí mismo con la sencillez que sólo permite la elocuencia literaria.

Tanto en esta obra que comento, como en Si te contara…, su libro anterior, las fotografías antiguas examinadas por ojos contemporáneos, descifradas a la luz del recuerdo, de la experiencia, del conocimiento y de la intuición, son piezas claves no sólo de la temática de la recuperación del pasado a través de la nostalgia, sino de la abolición del tiempo. “Con olor a gardenias”, en No se lo cuentes a nadie, es precisamente un cuento de este tenor. En él la mirada –los ojos- juega un papel preponderante, que desde el principio se anuncia. También llama la atención del lector el trasvase de una gardenia desde una fotografía antigua de la bisabuela de la protagonista-narradora, a un vaso de agua real que está en su habitación poco después de que la figura de aquella mujer se deja ver ahí entre las sombras. Asimismo, otro elemento fascinante es el diario del bisabuelo, y las sugerencias de celos e impasividad que de él se desprende cuando cuenta acerca del pavoroso incendio ocurrido en Colón, donde vivía la pareja, el 31 de marzo de 1855. Esto, y una segunda aparición de la bisabuela en la habitación de la narradora, con su antiguo vestido y pamela, quien “al darse vuelta antes de desaparecer —dice— me dirigió una mirada elocuente, señalando con el índice la cola quemada de su vestido.” Además, deja tras de sí “un inconfundible aroma de gardenias.” Sin duda, un cuento pletórico de sugerencias, fino, fascinante.

“La culpa fue del danzón” pone de manifiesto, una vez más, la capacidad de observación de la autora convertida en descripciones minuciosas, limpias, veraces, producto efectivamente de la mirada que capta y retiene, pero también de una adecuada documentación, pues lo descrito suele condimentarse con datos fehacientes, con ambientación de época. Esta es una de las características de la narrativa breve de Lupita Quirós Athanasiadis, como resultado de ser ella, sin lugar a dudas, “una mujer de mundo”, en el mejor sentido cultural y turístico de la expresión. Porque si los viajes ilustran, la cultura que de ellos deriva quien posee sensibilidad ha sabido convertirse en memoria creativa en los muchos cuentos de esta escritora ubicados en diversos sitios del planeta.

En ese contexto, esta historia ocurre en La Habana. Vilma, una periodista española que visita la ciudad, queda prendada de Aníbal, músico cubano “muy alto, negro, buen mozo”. Pero tras ser extremadamente feliz a su lado durante algunos días, pese a que es ella quien termina pagando todas las cuentas, y poco antes de que se marchen a vivir juntos a Madrid, la mujer recibe un fax de una amiga madrileña, en respuesta a uno anterior suyo en que le contaba su dicha y sus planes, que no cometeré la torpeza de explicar aquí. El desengaño es devastador, y desencadena en su ser un “brutal sentimiento de odio.” La crudeza del desenlace que se anuncia, pero que como en las tragedias griegas en realidad no vemos ocurrir en escena, no deja lugar a engaño. A mi juicio, uno de los mejores cuentos del libro.

“El viejo buzón” es un cuento muy bien llevado sobre un amor secreto entre dos personas casadas, que al final, cuando tras un bien elaborado plan deciden abandonar cada quien a su pareja y huir juntos en pos de una nueva vida en común, se frustra por una fortuita y hasta tonta treta del destino, no atribuible a ninguno de los dos. Este bien tramado relato le depara al lector dos sorpresas, una detrás de otra, casi como si hubiera dos desenlaces consecutivos; lo cual es novedoso. El primero entraña, como ya se adelantó, una fisura de la causalidad, un desafortunado accidente trivial que en su momento pareció más bien un drástico cambio en la decisión del hombre, lo cual le amarga la vida a ella, que ya ha dejado a su marido. El segundo, es un final ambiguo: puede ser real o espectral, y por tanto fantástico en su naturaleza. Dar aquí mayores explicaciones les arruinaría la novedad y la gracia de un magnífico cuento, pecado alevoso que este reseñista no está dispuesto a cometer.

La complicidad lúbrica entre un sobrino pre-adolescente y una tía guapa y sensible, es el tema de “Una tía muy especial”, relato colmado de sensualidad, delicadeza y sugerencias, pese a que ellos nunca entran en realidad en contacto físico. En cambio, “Un ladrón sentimental” es la historia de cómo un ladrón por necesidad en sus ratos de ocio, quien intenta robarle en su casa a una anciana, termina siendo el mejor prospecto a convertirse en un entrañable amigo. Esto ocurre claramente por dos razones, que en el relato se imbrican e interactúan: la anciana es sumamente amable y nada rencorosa, y se va ganando el cariño de este hombre joven; a su vez, porque ella, sin saberlo, ha curado y alimentado por un tiempo a un perro cuyo dueño resulta ser el ladrón, y que al entrar él a robar a la casa lo reconoce y al final vacila entre las dos lealtades. El hombre y la anciana terminan compartiendo algo de comer, conversando animadamente, dándose consejos, mitigando el común flagelo de la soledad; y al final todo parece indicar que serán grandes amigos. El final final, que no les cuento, es el resultado de todo lo anterior. Una historia sencilla, tierna, que algunos sin duda considerarán demasiado ingenua, pero que busca exaltar la parte positiva de la humanidad.

No he comentado cuatro de los 16 cuentos que integran No se lo cuentes a nadie. Para mi gusto, los doce reseñados convierten este libro, y el futuro literario de Lupita Quirós Athanasiadis, no sólo en un camino gozosamente transitable, sino de riguroso recorrido si hemos de comprender, y valorar, algunas de las nuevas rutas que en años recientes se han abierto a partir de una pujante y bien cimentada cuentística nacional.