Por José M. Vallejo
La influencia del mundo globalizado ha dejado sus huellas en la literatura hispanoamericana. La industria editorial, sobre todo la española, casi no ha permitido la generación de nuevos valores en la poesía, el cuento, la novelística o la narrativa. El negocio del libro, inmerso en el libre mercado, ha trastocado de manera cierta la inspiración de los creadores sometiéndolos, en mayoría, a la necesidad de comulgar con la continuidad del llamado boom de los años sesenta del siglo pasado, a pesar de la falta de claridad de cuando comienza y cuando termina este fenómeno literario que permitió elevar a los escritores latinoamericanos a niveles de reconocimiento mundial. Hoy la búsqueda del mercado prima sobre la calidad literaria por cuanto a las casas editoras les interesa más el “best seller” que la contundencia crítica o la apreciación social de una obra. Son pocos los profesores de literatura dedicados a la revisión de libros y los críticos e intelectuales abundan, pero se sustentan alrededor de los editores y las empresas periodísticas.
La obligación de citar al boom en la creación literaria hispanoamericana no está en discusión. Sin embargo, hoy viene a ser una etapa superada y debe ser considerada como una referencia hacia nuevas propuestas literarias. Se habló de un post-boom, nunca definido en profundidad; y también de un rompimiento o “crack,” perdido en la publicación de una variedad de obras sin la novela notable que repitiera el auge de un grupo de escritores autónomos o emancipados de la enorme proyección dada por Alejo Carpentier, Julio Cortazar, Gabriel García Márquez, Ernesto Sábato, Lezama Lima, Juan Carlos Onetti, Juan Rulfo; y en menor cuantía Carlos Fuentes y Mario Vargas Llosa, este último, escritor lineal, dedicado a los “best seller” de librería con sus últimas entregas. Tal vez como continuadores del boom podría considerarse a escritores como Augusto Roa Bastos, Isabel Allende, Vicente Leñero, Laura Esquivel, Luis Sepúlveda, Manuel Puig y el accidentalmente fallecido Manuel Scorza, entre otros. De este modo, circunscritos al estricto rigor de éxitos, la escena de la literatura hispanoamericana la ha seguido ocupando el boom desde los años sesenta hasta el fin de siglo y casi en exclusividad con los mismos autores. Y aunque el predominio de esta época haya sido el realismo mágico, la especulación del mercado sin normas precisas, iniciada en la década de los ochenta con el neoliberalismo y la globalización, nos transfirió el caos vivencial mediante acontecimientos que se suceden unos a otros de forma arbitraria y violenta; y es ahí donde la misión de la literatura comienza a plantearse el inicio de un ciclo o simplemente encuentra la necesidad de establecer un orden referencial, observando cómo funciona el mundo actual que nos rodea.
En ese caos vivencial se comienzan a perder las referencias al boom latinoamericano de la literatura y la abundancia de nombres llama la atención hasta la incomunicación, entre sí, de los nuevos valores que se cotizan en la demanda cultural. Hay escritores notables mencionados apenas por la crítica comercial, y por supuesto nunca premiados por el monopolio editorial propietario de los merecimientos. Es difícil por no decir imposible ubicar a estos escritores como una generación o movimiento cultural o de género, por cuanto se requiere de un tratamiento más extenso. Un crítico literario no puede leer todos los libros –le faltaría el tiempo de su propia existencia- pero tampoco puede estar limitado a los libros que le llegan a sus manos. Ahí la necesidad de la participación de los historiadores y los profesores de literatura, además de la bibliografía que se vaya creando. Advertimos, ante todo, que en esta abundancia de escritores de finales del siglo pasado hasta nuestros días, escritores hispanoamericanos del siglo XXI, los llamo yo, existen autores precoces y otros tardíos que sin ubicarlos en un período preciso, sí debemos tener en cuenta la cronología de sus libros porque es allí en donde encontraremos sus años de formación, el ambiente de sus historias y la atmosfera respirada por ellos.
La escasa difusión de muchos de estos escritores hispanoamericanos en los años posteriores al boom significa, de repente involuntariamente, una cerrazón arbitraria frente a propuestas narrativas innovadoras. No obstante a partir de la mitad de la década de los noventa (1995) en adelante la situación empieza a cambiar debido a la percepción o existencia de un intento literario ajeno al boom donde se trazan valores morales, psíquicos, espirituales, éticos y estéticos tratando de hallar un vínculo con la postmodernidad. Para algunos el boom fue una estrategia publicitaria o acontecimiento comercial de promoción a la literatura hispanoamericana, sin embargo, significa el descubrimiento de un prodigio literario que yacía muerto, pues se desplegó un lenguaje de excepcional riqueza a partir de concepción de lo “real maravilloso” descrita por el cubano Alejo Carpentier, seguido por el “realismo mágico” predominante de García Márquez y la explotación del absurdo en Julio Cortazar. Y este mundo fantástico de la novelística del boom es, además, la recreación sin límites del barroquismo indo-americano lleno de matices criollos y vernáculos, donde se juntan los torrentes de lo grotesco, lo sublime y lo bello, ya de cierta manera literatura explotada por el premio Nobel guatemalteco Miguel Ángel Asturias o el peruano José María Arguedas. Pues fuera del éxito comercial, el boom fue una verdadera revolución de la sintaxis narrativa a fin de relatar la existencia de personajes alucinados en su propio mundo, el cosmos intelectual y el punto de vista.
Pero en un mundo en crisis permanente el caldo de cultivo de la poesía y la narración, en el siglo XXI, se nutre de la ausencia de valores históricamente aceptados como paradigmas de las sociedades. Nacen así escritores “contestarios del poder” como señaló el ensayista uruguayo Ángel Rama, ya que esta literatura abarca la lucha social contra la violencia estatal o las dictaduras, contra la guerra, contra la agresión de los medios de comunicación, contra la represión militar y policial, contra la drogadicción y la prostitución, contra la discriminación de la mujer o la homosexualidad. Temas realistas en la búsqueda de la paz, la justicia social y el logro de la libertad; existe, pues, una especie de ruptura con casi todos los tabúes mediante el predominio del lenguaje coloquial y la exposición concreta sin permitirse el ensayo o los enunciados sociológicos. Los narradores actuales ingresan por este camino al escepticismo total, desengañados de casi todas las doctrinas políticas, a su entender, responsables del caos, la hipocresía y la intolerancia.
Hoy existe una avanzada dispersa de muchos nombres: Tomás Eloy Martínez (El vuelo de la Reina, la Novela de Perón,) Arturo Pérez Reverte (La Piel del Tambor, El Pintor de Batallas, La Reina del Sur,) Ricardo Piglia (Respiración Artificial,) Marcela Serrano (Para que no me olvides, Lo que está en mi corazón, Nosotras que nos queremos tanto,) Jorge Eduardo Benavides (Los años inútiles, El año que rompí contigo,) Miguel Barnet (Biografía de un Cimarrón,) Xavier Velasco (Diablo Guardián,) Daniel Alarcón (Radio ciudad perdida,) Laura Restrepo (Delirio,) Elena Paniatowska (la piel del Cielo,) Luis Rafael Sánchez (La importancia de llamarse Daniel Santos,) Antonio Skármeta (La boda del poeta, la chica del trombón, el baile de la victoria,) Mempo Giardinelli (Santo Oficio de la Memoria, Imposible equilibrio, El décimo infierno,) Senel Paz (En el cielo con diamantes, Las hermanas, Los becados se divierten,) Amir Valle Ojeda (Jineteras, Caminos de Eva,) Jorge Volpi (En busca de Klingsor) y otros más siguen incorporándose. El rompecabezas sigue siendo la incomunicación entre ellos, quienes no llegan a constituir una vanguardia y por el contrario ceden la iniciativa a las empresas editoriales incursas en el mercado, lugar de resistencia hacia expresiones literarias y poéticas innovadoras. Además la mediación cultural de los consagrados, convertidos en agentes del mercado, se hace innecesaria por constituir parte del acomodo y la industria, no de la cultura.
El Espectador, crítica literaria. Junio 7, 2009
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