En la primera exposición de la que sería conocida como "Escuela de Azuero", de izquierda a derecha: Jorge Melgar Ruiz, Miguel Moreno (padrino de esa ocasión), Alberto Ruiz (mi padre), Juan Manuel Pérez (tío de Roberto Pérez-Franco) y Raúl Vásquez Sáez. Mi padre cuenta que la madera para enmarcar esas obras la trajeron desde Chitré... ¡A pie!
PorIrina Ruiz Figueroa
Raúl siempre renegaba de este pueblo villano, bicicletero y malagradecido, pero a su vez me decía: "No te vendas... si puedes sentir el arte, sigue por allí".
Cuando visitaba su estudio me regalaba algún extraño amuleto que él mismo fabricaba, colmado de ese entusiasmo que te entra por todos los poros del cuerpo.
Ahora estoy sola en casa, recibiendo llamadas de condolencia para mi padre, que ha sido como su hermano. Y es que ambos fueron mi primer contacto con esto del arte.
Desde chiquilla los vi exorcizando lienzos y luchar incansablemente contra absurdos prejuicios. En 1985 pintaron un mural enorme en las paredes externas del edificio que hoy es la Universidad Santa María La Antigua, y un alcalde de ese entonces se le ocurrió pasarle galones de pintura blanca por considerar que incitaba al levantamiento de las masas.
Aquel mural asemejaba un Diego Rivera criollo, muy cuidado en los detalles, con una Rufina Alfaro imponente y todo un pueblo levantado contra los españoles. Hermoso.
Nunca hubo fotos. Pensamos que sería inmortal. Solo lo fue en nuestro recuerdo.
Estuve muy triste con estos desplantes, porque veía heridos a mis heroes, tan jóvenes, desempleados y ninguneados por la autoridad. Al rato se ponían a levantar pesas u organizaban talleres de artes marciales. Las primeras películas que recuerdo haber visto fueron de las de ninjas, pues con tan impetuosa juventud querían emular a BruceLee.
Estaban más locos mis heroes. Pero nunca dejaron de pintar y entregarse a lo que realmente quería comunicar su corazón.
Eso es lo importante
Los voy dejando, que me toca acompañar a mi abuela que tiene por manía cargar con todos los muertos de este pueblo. Dice que lo hace para que cuando ella muera, al menos alguien se acuerde de ella. Una mujer irrepetible Doña Dámasa.
PorIrina Ruiz Figueroa
Raúl siempre renegaba de este pueblo villano, bicicletero y malagradecido, pero a su vez me decía: "No te vendas... si puedes sentir el arte, sigue por allí".
Cuando visitaba su estudio me regalaba algún extraño amuleto que él mismo fabricaba, colmado de ese entusiasmo que te entra por todos los poros del cuerpo.
Ahora estoy sola en casa, recibiendo llamadas de condolencia para mi padre, que ha sido como su hermano. Y es que ambos fueron mi primer contacto con esto del arte.
Desde chiquilla los vi exorcizando lienzos y luchar incansablemente contra absurdos prejuicios. En 1985 pintaron un mural enorme en las paredes externas del edificio que hoy es la Universidad Santa María La Antigua, y un alcalde de ese entonces se le ocurrió pasarle galones de pintura blanca por considerar que incitaba al levantamiento de las masas.
Aquel mural asemejaba un Diego Rivera criollo, muy cuidado en los detalles, con una Rufina Alfaro imponente y todo un pueblo levantado contra los españoles. Hermoso.
Nunca hubo fotos. Pensamos que sería inmortal. Solo lo fue en nuestro recuerdo.
Estuve muy triste con estos desplantes, porque veía heridos a mis heroes, tan jóvenes, desempleados y ninguneados por la autoridad. Al rato se ponían a levantar pesas u organizaban talleres de artes marciales. Las primeras películas que recuerdo haber visto fueron de las de ninjas, pues con tan impetuosa juventud querían emular a BruceLee.
Estaban más locos mis heroes. Pero nunca dejaron de pintar y entregarse a lo que realmente quería comunicar su corazón.
Eso es lo importante
Los voy dejando, que me toca acompañar a mi abuela que tiene por manía cargar con todos los muertos de este pueblo. Dice que lo hace para que cuando ella muera, al menos alguien se acuerde de ella. Una mujer irrepetible Doña Dámasa.
1 comentario:
Qué buena evocación ésta de Irina!
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