A Ignacio Ortega Santizo, in memorian
Quizás yo no tenga derecho a escribir palabras sobre tu epitafio, poeta. Tu muerte no será noticia en CNN ni en la BBC. Las astrólogas ya sabían de tu final y callaron. No hay piedra para tanto adiós anticipado. El mundo está hecho de pirámides y pájaros, de sangre y abrazos. Estuve en tu casa como en la mía una tarde y una noche. No sé. El Vich pintaba soles negros y Miriam estaba en Brasil. Brasil huele a sudor y café. A esclavitud y lujo. Y yo me quedé solo en medio de los libros, los tambores y las campanas. Los otros estaban en sus escondrijos bajo las sombras cuidando a sus críos. Era tarde y no me fui. Me quedé, esperando la orden de ir a otro mundo. Palmieri tocaba el piano como un ángel sin isla. Olía a madera y viento. A poemas de viejos amores entre trampas. No sé. Imagino, escribo. La botella estaba más abajo de la mitad, pero yo seguía en las nubes. No había agua en el caserón y todos hablábamos de hacer una revolución en el lugar. ¿Recuerdas? No importa memorizar días de fiestas. Quizá ya basten y sobren el polvo y sus desiertos, donde el viento canta. Tú no tienes tumba en esta tierra. El universo es un mapa de mundos nuevos, calles azules por descubrir en las telarañas de los cometas y las lunas sin nombrar. Nos hundimos en un hoyo oscuro como casa de ratón. No es nada nuevo. Siempre hablamos de lo mismo, entre risas y velas encendidas. Te parecías a Cortázar en París. Me niego a aceptar que la vida es solo un paisaje de rosas y escombros. Somos campeones de boxeo y también poetas. Qué de golpes la vida, para vencer en el último asalto. Las cenizas no alcanzan para medir las rebeldías del amor. Si la vida no gana somos eternos perdedores. Tú lo sabes. No soy quién para tanto entusiasmo de vivir y morir en un solo verbo. Eres esa guitarra sonriente en la ventana de los hoteles de madera. La lluvia y su fertilidad. Un puño en los balcones rotos de la alegría. Una bandera roja en el azul del cielo, en la claridad de un noviembre bailando entre trompetas y banderas de plástico. La queja del indio, el negro y la mujer. La risa del niño, las manos abiertas del vagabundo sin tren. La mariposa y el árbol, moribundos, en el parque. O quizá, sin saberlo, eras un ángel empuñando tu espada de amor y fuego. Una metralla de adjetivos alegres. Nunca se sabrá, si el mundo es ingrato, donde más valen las cosas que los besos sin dientes. Las tristes miradas, las esperas. Los poetas, como tú bien sabes, porque eso solo lo saben los poetas, vamos del amor al olvido en la rumba en una noche. Parecemos santos y hierbas. Huelen a incienso. Breve estadía de frutas dulces, efímeros veranos, sexo y ron. Somos de esos espíritus errantes que cien años después serán –seremos- rescatados del polvo mientras le cantamos a la vida y al amor junto a la luz de las alcobas y los vinos. Alguien siempre nos recordará, de un modo más feliz. Cierto. No puedo exigir nada, de mis propias locuras. Confieso que yo también por amor a vivir he sido suicida en las penumbras de un siglo de muerte y gloria. Virus incurables. Letras de uranio y humo. Hoy soy uno más de esos poetas que escribe contra la muerte. Uno más. Otro. Los poetas somos así, débiles y desvergonzados. Sublimes y útiles. Fáciles de amar y odiar. Y la muerte siempre es un buen tema, para hacer dinero y fama. Perdone usted señora, no es nada personal, pero debo y quiero, nombrarla y maldecirla. Es un honor, lo sé. Le temo, pero la odio. Sepa que no lo hago con rabia, la rabia es apenas una espuma de canes, una venganza de dioses muertos. Esto es mucho más, algo que está mucho más adentro que la simple rabia. No tiene piel no tiene huesos. No tiene límites. Es algo que va por dentro sin poder nombrarla en francés o inglés, portugués o sueco. Como una mujer o el viento. Esto es el colmo, diría usted. Algo así como un existencialismo posmoderno. Una utopía sin tácticas. No me jodan, ya sé que las terminologías pueden ser caprichosas. Ser marciano, marxista o anarquista. Ser hippie o del barrio, esperando un amor en la esquina que va a la tienda por canela para la avena. Llevar heridas hondas y no morir. No me importa. Sobrevivo a mil rayos. A todas las resacas. Que yo sepa, no existe sobre la tierra poeta que en tiempo alguno no haya escrito algo contra tan inverosímil animal. Vistas las cosas, así, la muerte es un mito más, otro, un FMI, o un minotauro que persigue Icaros alados que vuelan al sol. El sol es luz y es vida, aunque a veces también quema. Me pregunto, casi a diario, y en silencio, para que mis pensamientos no sean escuchados por los ignorantes y los idólatras, mis enemigos, si dios existe, y creo que debe existir, no me preguntes cómo, si existe, por qué dios permite tan impunemente que la muerte se burle de la vida y sus injusticias. ¿No es eso una derrota? ¿Una contradicción teológica? ¿Un loco vacío? ¿Un ir en vano? ¿Un dejar solo el paraíso, sin Eva? Creo que ya es tiempo, desde hace mucho quería decirlo, que dios sepa que la muerte es una inutilidad de la materia. Polvo intrascendente. Una hipótesis. Buen oficio es ser enfermera de hospitales o curar heridas en el trópico del Tercer Mundo. Una locura sin ataduras. ¿Paradigma? Nada. Nada. ¡Váyanse al diablo! Sepa que la materia no se crea ni se destruye sino que se transforma, como nos enseñaron en el bachillerato. Somos átomos, poeta. Partículas que hacen un todo. Amebas bajo el microscopio. Hermosos dinosaurios caminando en la llanura. Energía de ríos crecidos. Nervios. Huesos. Carne de amores que se tocan. Paladares. Pieles lejanas. Cenizas que aman entre las cenizas. Retículos entretejidos como colchas de ancianas. Sí. Eso, ni más ni menos. Creo que la primera vez que vi a Cáncer Ortega en 1970 y algo, sobre un escenario, era más hermoso que un dios griego, yo era un niño con los ojos grandes, un arquero sin flechas, y pensé que aquel hombre joven era dios, pero con afro. No puede ser, me dije. Dios no puede ser así. Era un coro de planetas en colisión. Una cosa como un big bang, musical. Un ser de otro mundo que cantaba y era humano. No sé. Fuerza, convicción, entusiasmo, protesta contra un mundo muy bajo y una patria muy boba, un mundo robado, un país muerto. Un inclaudicable demonio de amor y verdad. Manoteaba como San Agustín. Como Marx, pero sin ser judío. Yo quiero ser así, yo, me dije. Entero. Un todo. Quiero ser yo, sin teatros. Permítanme, gozar esta vida y sufrir esta muerte, a mi manera. Si fuera pianista tocaría el piano, y si fuera pintor pintaría de colores nuevos todos los muros del mundo hasta borrarlos. Pero solo soy poeta. Pobre poeta. Sepan, pues, que soy este poeta que se queda solitario en la otra orilla del mundo incierto, sin derechos de constituciones absurdas. Poeta sin carro ni ataúd. Atrapado entre cuatro paredes. Todavía hoy no lloro ni doy el grito, confieso, ese que se esconde en algún lugar del corazón como una escalera de naipes, pero ya me llegará la hora del gran alarido. Estoy en eso. Escribo, hoy, el cielo se ha puesto negro, y pronto sé que va a llover, o si no mañana en la mañana, en la piel del rocío. En la noche mientras cierro los ojos. Lloverá, lo sé. ¿Para qué llorar, pues? Si ya la vida y sus elementos lo hacen todos los días y los domingos. Pido perdón por ello y no de rodillas. Por otra parte, es estúpido o absurdo pensar que se pueda derrotar a la muerte con unos versos libres. No es que tenga nada contra la muerte, pero por qué siempre se lleva a mis amigos. Por qué mejor no llevarse a los que todo lo tienen y ya son felices desde la antigüedad, si ya tienen el gozo de vivir. Entonces, si entiendo la vida, por qué maldecirla me digo, si ella paciente realiza su oscuro trabajo de tiempo. No tengo excusas aunque me cabree con la muerte y ella tenga sus metafísicas razones. Hoy soy uno de esos humanos que tarde dice adiós cuando ya el fuego no existe. Adiós, mañana o nunca. La vida puede ser un viaje en ferrocarril hacia la nada o un retorno a la memoria en un triciclo sin piel o caminando. La infancia es el más hermoso de los jardines. La verdad, no sé qué decir cuando tendría un millón de cosas que decir. Quizá la muerte es un puñado de cenizas en la boca. Una ceguera. Es como si de pronto todas las palabras se hubieran ido de este mundo, lejos, a esos países que todavía no existen, así, como esas olas que poco a poco se alejan al mar y te dejan en la playa en solitario mirando que lejos muy lejos hay una isla que es como un sueño detrás de la niebla, un espejo de la vida, una imborrable memoria de pasos sobre las arenas del mundo. Divago. Piso tierra firme. Voy mirando hacia atrás, en el autobús hacia Managua, a pan y agua, feliz y con miedo, es diciembre, 1989, con unas infinitas ganas de llegar, como un marinero a puerto, ebrio de alegría, sin arpón, y luego Cáncer canta con su guitarra de palo, me da valor, miro árbol a árbol, ciudad a ciudad, miro que la tierra tiene ojos como lagos, lágrimas como niños, y sólo así entiendo que solo esta voluntad de amar y entregarse puede transformar en luz este mundo de sombras, hasta que al fin algo calla mi boca de sorpresas, cruzando las fronteras, porque al fin hemos llegado a la otra vida. La ciudad está hecha de abrazos, de hermanos, luces, gente que te recibe con puños abiertos, hermosos corazones que saltan como chispas, llenos de agua y flores. Amaneceres que lentamente cierran las heridas del dolor, ríos que van al mar con la sapiencia de un terrestre deber cumplido. Volcanes de fuego. Patrias sin cifras. Una insurrección de ángeles desnudos con las armas del amor y los sueños. Me abrazo al sueño, como un escarabajo. Escupo gobiernos. Quemo ciudades. Siembro árboles de luz verde. Esto no es un show, mira, un pacto de intereses comunes, mira, una guerra de pillajes. Siente. Es simplemente un adiós a un amigo. Encendemos un pito entre ojos prohibidos y pasa por el cielo de Centroamérica Chuchú en su aeroplano sin tirar bombas. No está muerto. Los poetas nunca mueren. Palabras, palabras como esas con que los poetas a veces golpean a la vida contra la muerte y sus pobres lágrimas. Eso. No hay otra forma. Sólo otras formas como nubes y libros de reminiscencias. Nostalgias para después. Respiro, respiro, por ti. Respiramos y seguimos. Estamos aquí. El tiempo se ha detenido entre las olas y las palmeras. Huele a coco el mundo. Sé que nunca te harán en la plaza una estatua sobre tu verde caballo, pero aun, lo sé, y sépase, serás, espada de justicia y amor, la canción de nosotros los pobres de la tierra. Los que sin pan cantamos. Los que amamos todos los amores. Los de abajo, los descalzos, los del barro y el maíz. El viento que azota como un huracán. Los que esperamos a golpes de tambor entrar a la vida en los corazones abiertos como puertas de nidos que serán pájaros. Porque, sí, tú lo sabes, sí, la libertad no podrá ser derrotada ni por la muerte ni por los hombres. Nada hay más allá del amor. No hay sombras. Hay un hambre en el mundo que se llenará de ti y de todo el amor de todos los poetas del mundo. Y sin oír tu voz ya escucho que el reino de los cielos está aquí en la tierra. Aquí. Aquí en donde estás con tus voces de seguir vivo y coleando, con tu grotesca voz de Goya y sus disparates, dibujando rostros y hermosas formas de mujer con alas.Entonces, penetrando el misterio como una vulva, de miel, vamos de las tinieblas hacia la luz, sabiendo que después del tercer día tú también serás vida más allá de la muerte y su decir, y que la música lo envolverá todo como un cuerpo en el primer día del mundo oscuro triste y sin alas, y que sonriente hoy la muerte también estará llorando, mientras tu voz gira y gira sin cesar en un nunca acabar de 33 revoluciones por minuto. No sé. Imagino. Escribo. Y es como vivir. Un piano toca himnos en silencio, comandante, hermano, amigo. El tiempo pasa y se queda, girando, en órbita, y todo tiene el color de las sonrisas en las paredes pintadas como amorosos bisontes rupestres. Mangos y azucenas. Nadie, nada, pregunta por ahí, sólo busca, huye, regresa, encuentra, nadie podrá arrebatarnos eso que llevamos de verdad por dentro y para siempre, poeta. Es así. Imagino. Otros mundos. Mañana al alba una luz encenderá nuestros corazones hasta arder por una vida nueva como ayer tu canción profetizó el amor desde el fondo del hombre, esta nuestra elegía contra la muerte. Entonces no será necesario morir, si ya cenizas somos, si polvo fuimos, si piedras hay para la historia con los puños cerrados, y sólo amar, amar, bastará, aquello que desde siempre fue amado sin olvidos, más hoy cuando duelen las palabra y son lanzas en el costado.
17 / julio / 2007
1 comentario:
Hace algunos días, se me ocurrió buscar en Internet a un ser que conocí en mi temprana juventud, emocionada al sospechar que por este método, -al que no había concebido para tal fin- lograría contactar a aquel joven que muchos años atrás llegó a Colombia compartiendo sus sueños y aventurando nuevas experiencias. Recordaba su imagen, la de un hombre de cabello largo afro, mas bien alto, de rostro apasionado, con guitarra en mano y una figura incandescente de los años 70 en que los ideales revolucionarias enfrentaba con el fulgor de aquella época libertaria. Recordaba las hermosas cartas llenas de dibujos coloridos y poemas que me ofrendaba, recordaba el nacimiento de un conjunto musical llamado Trópico de Cáncer, recordaba y siempre recordé a Káncer.
¿Que habría sido de su vida?, ¿seguiría los senderos que en antaño se anunciaban?, añoré ese encuentro enriquecido por el tiempo de ausencia, para conversar, y recordar...,
En medio de cierta ignorancia tecnológica escribí en google: “Ignacio Ortega conjunto musical Trópico de Cáncer, Panamá”, y encontré referencias que me hicieron sonreír, pero acto seguido en el tercer registro me di cuento de su fallecimiento.
Quede atónita, una punzada de dolor me atravesó el corazón, lo estaba buscando exactamente un 14 de julio, día en que se cumplía su primer año de partida. Seguí indagando y descubriendo que el paso del tiempo forjó en él, el acento cálido de su voz vibrando por la justicia, por la causa de los pueblos, contra la ignominia, que además se hizo escritor, y que el arte y el artista ligados al son del trópico, viajaron en un mundo indiferente llenando la tierra de esperanzas y de sueños. Descubrí a quien dejo huellas como en una canción de un poema y de quien trazo caminos por su paso de guerrero libre por la vida.
Este tardío encuentro en su ausencia, me permite re-descubrir esa señal inequívoca que aleteó siempre en mi y ahora en su sombrío silencio, deseo conseguir sus cuentos impresos y su música, y ruego saber a quien le llegué estas letras, que me oriente en como obtenerlos.
Me queda enviar esta misiva al viento de quienes le conocieron, a sus amigos, a su compañera, a sus hijos, hermanos, mi lamento se hace el suyo y para con ustedes volver sobre esas huellas, caminarlas y sentirlas, es mi voz de reconocimiento al siempre recordado Káncer
Esperanza Trujillo Uribe
Julio 30 de 2.008
Cali-Colombia
Mail: etrujil@yahoo.com
Publicar un comentario