Por Cristina Cantón Espino
Cuando llegamos al diplomado en creación literaria, todos compartíamos una aspiración: aprender a crear una obra de arte a través del lenguaje. ¿Por qué tenemos la necesidad de escribir? El escritor busca implantar experiencias imaginarias al lector. Jorge Luis Borges, al recibir el premio Cervantes, afirmó que el destino del escritor es extraño, salvo que todos los destinos lo son; el destino del escritor es cursar el común de las virtudes humanas, las agonías, las luces; sentir intensamente cada instante de su vida.
Nosotros, los aspirantes a escritores, pretendemos meternos en la mente de los lectores y trasladarles nuestros sueños y desvelos a través del juego de palabras. Así como se oye, queremos sorprenderlos, hechizarlos, y hacerlos meditar. Los escritores son encantadores de palabras, y qué más prueba que con un pasaje sacado de la obra Vida y aventuras de Alexis Zorbas, de Nikos Kazantzakis, que inspiró la película Zorba, el griego:
Sacó algunas castañas de las brasas, les quitó la cáscara. Entrechocamos los vasos. Durante largo rato permanecimos allí, bebiendo y masticando sin prisa, como dos grandes conejos, mientras oíamos a la distancia los bramidos del mar. Permanecimos silenciosos junto al brasero hasta muy entrada la noche. Comprendía yo nuevamente qué sencilla y frugal es la felicidad: un vaso de vino, una castaña, un mísero braserillo, el rumor del mar. Nada más.
¿Qué nos quiso transmitir el autor en este pasaje? Que la felicidad está en las cosas simples. El asunto es que lo expresó en forma lírica. Quién no puede evitar sentir, a través de la lectura de este párrafo, la brisa del mar, el olor a agua salada, el calor de las castañas quemándose a fuego lento, el sabor de un buen vino, la entrañable compañía de un viejo amigo. Tal vez uno no sepa qué es una castaña, pero podemos evocar el sabor de una pepita de marañón. Es posible que nunca hayamos visto el Mar Egeo, pero quién no se ha regodeado con el verde-azul de nuestros mares. No se extrañe que alguno le disguste el vino, pero, ¿a quién no le refresca el sabor de la naranja recién exprimida, o la dulce astringencia de una chicha de marañón? La labor del escritor es usar cualquier experiencia real o imaginaria que tenga a su alcance y pulsar nuestras cuerdas emocionales.
¿Y cómo lo hace el escritor? Ya había mencionado que debe usar la experiencia, y que no se malinterprete que él mismo haya sido el protagonista del hecho en el mundo real. Los conceptos de experiencia e imaginación parecen ser contradictorios; sin embargo, una se alimenta de la otra. Decía Marcel Proust: El hombre, que juega perpetuamente entre los dos planos de la experiencia y la imaginación, querría profundizar en la vida ideal de la gente que conoce y conocer a las personas cuya vida ha tenido que imaginar. A la creación literaria podemos compararla con la creación del universo: surge como una explosión, de mundos y personajes, y se va expandiendo, quién sabe si hasta el infinito. La pregunta que hacemos aquí es: ¿cómo hacemos que ocurra la explosión? El autor, cual prestidigitador, se vale de cualquier medio para activar la imaginación. Una frase, una melodía, un olor, un recuerdo, o un sueño, bastan para crear mundos fascinantes e insuflar de vida a un personaje. Incluso va más allá, al punto de que hasta puede vaticinar el futuro, cual oráculo. Los escritores, a través de su sensibilidad e imaginación, son barómetros que señalan el grado de florecimiento o decadencia en la sociedad. Por tal motivo, no hay vuelta atrás, una vez que aceptamos la vocación de escribir. Los lectores tienen el derecho de ser embrujados por los hechizadores del verbo.
En el caso de nosotros, este Diplomado ha servido de catalizador para que germine la explosión creativa. Los profesores, a través de su metodología, han logrado la apertura de la caja de Pandora mental y, con sus consejos, guiado en las técnicas de narración lírica para que esos mundos que hemos creado lleguen al lector en forma amena y, en un futuro, permanezcan en sus almas en forma indeleble. Las prácticas in situ de los profesores Collado y Mariscal, en donde nos forzaron (y reforzaron) nuestra capacidad de inspiración para la creación de obras poéticas y dramaturgia; la comprensión de la teoría narrativa y el uso efectivo de las herramientas de crítica literaria por parte de los profesores De Gracia y Gómez; los talleres de cuento, artículos periodísticos y novela de los profesores Jaramillo Levi y Barría Alvarado, en los cuales deconstruimos nuestras narraciones y las perfeccionamos. De seguro, todos los módulos influyeron en los finales con golpe de efecto de Elizabeth, en el lirismo de Nelsi, en el uso del elemento fantástico de Jacques y Deyi, en el recurso humorístico de Félix, Carmela y Margarita, en el instinto crítico de Shanira, en la orientación hacia la literatura infantil y tradiciones afro-panameñas de Eunice, en la perspectiva profesional de Vera, en el enfoque familiar de Ana Gisela, en la sensibilidad social de Erika.
Nuestro deber será continuar con el perfeccionamiento de esta vocación, sin olvidar el destino que ya Borges puntualizó: sentir intensamente cada etapa de su vida y, agregamos, dirigir una mirada solidaria a las penurias de la existencia de sus hermanos y denunciar con ética las injusticias humanas. Y acometer la labor como lo hizo Carlos Fuentes, fallecido hoy, quien, ante la pregunta de que si sentía horror al vacío de la página en blanco, afirmó sin ambages: miedos literarios, ninguno.
La voz del escritor es la voz de la humanidad.
--
Palabras de Cristina Cantón Espino con motivo de la graduación de los estudiantes del Diplomado en Creación Literaria de la Universidad Tecnológica de Panamá 2012. Se graduaron, además, Elizabeth Truzman, Margarita Latibeaudiere, Nelsi Despaigne, Jacques Paul Smith, Vera Muñoz, Félix Barranco, Erika Obaldía, Eunice Obaldía, Carmela Lafratta de Cuestas, Shanira Alguero, Deyanira Álvarez, Ana Gisela Mootoo. Más información [[AQUÍ]].
No hay comentarios:
Publicar un comentario